19 de septiembre de 1985, la herida que nunca cerró
Han pasado ya cuarenta años desde entonces. Un amanecer que marcó para siempre a México. El 19 de septiembre de 1985 no es una fecha cualquiera: es un recordatorio imborrable de la fragilidad humana frente a la naturaleza, y al mismo tiempo, de la fortaleza de un pueblo que se negó a rendirse. Un México de acero.
Yo lo viví. No lo leí en los periódicos ni me lo contaron en la televisión. Sentí la furia de la madre tierra abrirse paso para demostrar su poder. Sentí el miedo, la incertidumbre y esa sensación imposible de describir de que la vida podía terminar en cualquier instante. No hay manera de borrar de la memoria el derrumbe de edificios, el polvo, los gritos de auxilio, la confusión generalizada. El miedo al estar en medio de todo aquello
Pero este texto no es para ponerme en el centro de la historia ni para dramatizar mi papel de sobreviviente. No es para ganar admiración. Escribir esto es un acto de memoria.
Es por todos aquellos que no volvieron a ver la luz del día. Es por los miles que perdieron a un ser querido, su hogar o el rumbo de su vida. Es por quienes todavía, como yo, cargamos con la pesadilla y vivimos con un miedo latente que despierta cada vez que suena la Alerta Sísmica.
Esa alerta, que pone los nervios de punta, no existía en 1985 y pudo haber salvados muchísimas vidas.
El terremoto del 85 no solo destruyó edificios, también derrumbó la confianza de un país entero en sus instituciones. Al mismo tiempo reveló, sin embargo, la fuerza de su gente. Miles de ciudadanos salieron a las calles con las manos desnudas a rescatar, a ayudar, a levantar escombros. México aprendió y demostró entonces que la solidaridad podía ser más grande que la tragedia.
Treinta y dos años después, en 2017, la tierra volvió a recordarnos su poder en la misma fecha: 19 de septiembre. La coincidencia fue cruel, como una irónica broma tratando de volver a abrir una herida que muchos aún no terminábamos de sanar. Como diciendo a las nuevas generaciones que la naturaleza es más poderosa que cualquier otra cosa.
Ese 2017 también hubo pérdidas, también hubo dolor y nuevamente se levantó el espíritu solidario que caracteriza a mi país.
Hoy, a cuatro décadas de distancia, sigo agradeciendo a Dios por la oportunidad de estar aquí para contarlo. Pero también sigo honrando la memoria de quienes no sobrevivieron. La memoria no se borra, se transforma en un compromiso con el honor para los que se fueron. No debemos olvidar, ni minimizar, ni dejar que el tiempo diluya la lección aprendida.
El 19 de septiembre no es solo una fecha en el calendario. Es un altar invisible en el corazón de México.
En memoria de quienes partieron en 1985 y en 2017. Recordar es honrar a quienes nos dejaron.
Respetuosamente
Messy Blues

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